sábado, 6 de febrero de 2016

Burundi y Ruanda: cara y cruz de una frontera

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Burundi y Ruanda: cara y cruz de una frontera


En la región de los Grandes Lagos existen dos pequeños países casi hermanos. Uno es Ruanda, conocido internacionalmente por el genocidio de 1994. El otro es Burundi, un poco más al sur y del que poco se oye hablar en los medios. Ambos países comparten una serie de características comunes: su historia es muy parecida, tradicionalmente la economía de los dos países ha sido muy similar y la composición social es idéntica; tutsis, hutus y twas se reparten de forma proporcional a ambos lados de la frontera.


Sin embargo, Ruanda se ha convertido en la actualidad en una de las economías más boyantes del este africano y el país tiene unos niveles de seguridad y estabilidad envidiables. Burundi, al sur, es el décimo país más pobre del mundo y su PIB per cápita es el segundo más bajo según el Banco Mundial. Su nivel de corrupción y los vaivenes políticos producto de la inestabilidad y los golpes de estado –el último en 2015– han marcado la historia más reciente del país.


Entonces, si estos dos países son tan similares, ¿qué es lo que ha pasado desde 1994 para que la situación de Ruanda y Burundi sea tan diferente?


Un pasado común


Aunque no se sabe mucho sobre el origen de Ruanda y Burundi, sí se conocen algunos detalles. El primer monarca conocido de Ruanda fue Gihanga y se cree que gobernó aproximadamente entre 1090 y 1120, lo que nos da una idea de la larga historia de este país. Sobre Burundi, los historiadores no se ponen de acuerdo, aunque se cree que se desarrolló a lo largo del siglo XIV.


Ambos reinos se rigieron por un modelo de estado monárquico muy similar y la composición de ambas sociedades era idéntica. Estas comunidades estaban conformadas por twas, hutus y tutsis. Los twas fueron los primeros en llegar a la región a lo largo del siglo VI a.C, seguidos por los hutus, que alcanzaron la región en torno al siglo VI d.C. y finalmente, entre los siglos X y XV, fueron los tutsis los que comenzaron a asentarse en los Grandes Lagos. Lo cierto es que este modelo de sociedad fue bastante homogéneo cultural y lingüísticamente hablando, ya que al componente bantú se le sumaron los modos de vida y cultura tutsi. Durante siglos se crearon clases dentro de Ruanda y Burundi basadas en la división del trabajo. Por lo general los hutus se dedicaban a la agricultura, los tutsis a la ganadería y al gobierno y los twas a la artesanía y la caza. Si bien esto es solo una visión simplista, pues las fuentes narran numerosos casos de hutus que pasan a formar parte de la élite estatal y tutsis que se dedican a la agricultura.


Durante siglos ambos estados van a competir por la hegemonía de la zona. Los siglos XV y XVI fueron los siglos de máximo apogeo de Ruanda. No obstante también existieron periodos de paz y alianza entre los dos estados como ocurrió durante el reinado de Mutara I Semugeshi de Ruanda. Sin embargo el papel de Ruanda y Burundi se va a ir mermando a lo largo del siglo XIX por la llegada de diferentes potencias extranjeras que alcanzan el corazón de África con diversos intereses. Británicos, alemanes y belgas, entre otros, comienzan a entrar en contacto con los estados y pueblos nativos de los Grandes Lagos y comienzan a someterlos a sus grandes imperios.


En la conocida Conferencia de Berlín de 1884-1885 las potencias europeas acordaron cómo se iba a producir el reparto de África y en 1899 el Imperio Alemán adhería al África Oriental Alemana los reinos de Ruanda y Burundi. Los dos centros de poder van a permanecer bajo la órbita de Berlín hasta que el II Reich tuvo que abandonar sus colonias tras el fin de la I Guerra Mundial en 1918. De esta manera Ruanda y Burundi, bajo el amparo de la Sociedad de Naciones, se fusionarían en un nuevo ente político: Ruanda-Urundi que pasaría a formar parte de otro imperio europea: el belga.


Durante estos años, y aunque fueron los alemanes los que iniciaron el proceso, se va a ahondar en la división social de Ruanda y Burundi. De la mano de Bélgica se produjo una división racial, basada en la concepción que Europa creó de las “razas” y “tribus” en África según la cual se establecía en el poder a los gobernantes tutsis por considerarlos “menos africanos”. Esta división racial determinó que los tutsis tenían un orígen nilótico, más próximo a la raza blanca y que los hutus, de orígen bantú, eran una raza que debía ser sometida, como en el resto del continente. Esto, conocido como “Teoría Hamítica”, fue el principal argumento que los europeos utilizaron para dividir a las sociedades de los Grandes Lagos y que fueron la semilla de las consecuencias genocidas décadas más tarde.



Ruanda: de 1994 a la reconciliación nacional


Ruanda sufrió desde su independencia, en 1962, los odios raciales que irían forjando el horror en el que el país se vio sumido entre 1990 y 1994. Si tradicionalmente los tutsis habían ocupado el poder apoyados durante la etapa colonial por los europeos, con la independencia se va a producir un cambio. El poder belga temía los postulados revolucionarios que estaba adquiriendo el Congo de la mano de Patrice Lumumba y que estaba calando entre la etnia tutsi tanto de Ruanda como de Burundi.


Ante esta situación los poderes coloniales crearon un cambio político, permitiendo una revolución hutu que expulsara a los tutsis del poder. En 1961 se abolía la monarquía ruandesa y se proclamaba una república en la que el poder político recaía en la mayoría hutu. En 1962 Ruanda adquiría su independencia con una tensión creciente. No obstante, durante los primeros años de gobierno hutu, dirigidos por el presidente Kayibanda, se hicieron importantes progresos, ya que a pesar de la desconfianza y los movimientos anti-tutsi no se llegó a romper la convivencia.


Durante la era Habyarimana los tutsis lograron progresar y ocupar importantes sectores de la economía nacional. De hecho, en 1988, poco antes de que se desatara en el país el horror y la violencia, el Banco Mundial puso a Ruanda como un ejemplo de desarrollo. Parecía que Ruanda podría llevar a cabo un proceso de reconciliación nacional basado en la paz y la estabilidad. Sin embargo, hacia 1990 los tutsis, que se habían exiliado durante las décadas anteriores, exigían el regreso a una Ruanda en paz que podría retomar la normalidad. El presidente se negó a aceptar la masiva llegada de ruandeses exiliados, en su mayoría tutsis. En ese año, 1990, los tutsis de Uganda decidieron volver a su país por las armas e intentar tomar Kigali en pocos días.


En Uganda los exiliados tutsis, organizados bajo el paraguas del Frente Patriótico Ruandés (FPR) ayudaron al actual presidente, Yoweri Musevini, a alcanzar el poder. Musevini apoyó las intenciones del FPR de volver a Ruanda para retomar el poder por varias razones: en primer lugar si el FPR triunfaba, Musevini contaría con un importante aliado en su flanco sur, devolvería el favor a los tutsis y además lograría que una importante facción ruandesa se alejara de los puestos de poder en Uganda.


Sin embargo el FPR no llegó a tomar Kigali en ese momento y se desencadenó una dura guerra civil (1990-1994) que acabó por transformarse en un genocidio en 1994 contra la población tutsi y los hutus opositores. Se calcula que entre 700.000 y un millón de ruandeses fueron asesinados durante los escasos cien días que duró el genocidio y al que se puso fin cuando el Frente Patriótico Ruandés tomó por la fuerza la capital y conseguía poner fin al conflicto. A partir de ese año los ciudadanos ruandeses y su gobierno se pusieron manos a la obra para que nunca se olvidara lo ocurrido y no volviera a repetirse. Sin duda alguna esto se produjo con aciertos, pero también con errores.


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Lo primero que se puso en marcha tras el genocidio, por orden del nuevo presidente, Paul Kagame, fueron las detenciones masivas de los culpables del genocidio. Se calcula que unas 120.000 personas fueron detenidas en los meses siguientes. La comunidad internacional, absorta por lo que había ocurrido en el pequeño país africano, inició los trámites para crear el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR) con sede en Arusha (Tanzania) a fin de impulsar unos juicios justos y neutrales. Además de los tribunales internacionales, desde el gobierno se incentivó la fundación de los tribunales gacaca, toda una serie de tribunales de supuesto origen tradicional que acelerarían los procesos del genocidio.


El nuevo gobierno basó la reconciliación en tres ámbitos: la educación, la economía y la democracia. Actualmente, de la población que vive en Ruanda, el 60% no vivió los horrores del genocidio, pero se les recuerda en la escuela los acontecimientos que vivieron sus padres hace más de 20 años. Evitar que los hechos caigan en el olvido a través de las nuevas generaciones es la piedra angular de la reconciliación.


Además, la economía y la democracia se han utilizado como garantes de la estabilidad. Los niveles económicos, alarmantes tras el final del conflicto en 1994, iniciaron un despegue imparable desde el año 2001 con un crecimiento interanual del 8% y se calcula que entre el año 2006 y el año 2011 un millón de ruandeses salieron de la pobreza. Pero además, la organización Transparencia Internacional defendió el papel del país como un estado modelo en la lucha contra la corrupción y el Banco Mundial colocó a Ruanda como el segundo mejor país para hacer negocios del continente africano.


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Finalmente, el último pilar en el que se basó la reconciliación fue la democracia. Tras el conflicto Ruanda vivió una transición durante la cual se pusieron los cimientos del sistema democrático. En el año 2003 los ruandeses votaron en referéndum una nueva constitución. Este nuevo acuerdo insistía en la necesidad de la democracia como un puente hacia el futuro que lograra cerrar las heridas abiertas diez años antes. Ruanda se convertía así en un estado con un sistema político multipartidista, basado en la democracia y la convocatoria de elecciones para elegir a sus gobernantes.


Ciertamente, Ruanda ha conseguido salir adelante bajo el auspicio de una reconciliación nacional basada en la democracia, el desarrollo social y la economía, así como la educación. Se ha convertido en un modelo de éxito a seguir para muchos países de la región que envidian sus logros. No obstante, debemos tener en cuenta que los grandes hitos suelen contarse desde una sola perspectiva.


Burundi: historia de un desastre


Burundi va a seguir la senda de Ruanda durante buena parte de su historia. Sin embargo, a partir de 1994 ambos estados van a seguir caminos diferentes. En 1962 Burundi se independizó de Bélgica bajo la fórmula de una monarquía constitucional encabezada por un rey tutsi, Mwambutsa IV. Este monarca tutsi trató de fomentar la estabilidad del pequeño país impulsando la paridad numérica tanto en el parlamento como en el gobierno. Sin embargo los conflictos no tardaron en llegar. Un fallido golpe de estado hutu se saldó con una de las primeras matanzas del país al ser asesinados millares de ciudadanos hutus.


En 1966 se va a producir la abolición de la monarquía de la mano del capitán Michel Micombero, quien proclamó la república. Pero esto no supuso la pérdida de influencia de la minoría tutsi en el gobierno ya que purgaron el gobierno de elementos hutu para asegurarse el poder. Durante varios años se abortaron algunos golpes de estado cuya respuesta fue la masacre de esta comunidad entre 1972 y 1988. Se calcula que entre 150.000 y 300.000 hutus murieron en este genocidio y otros 200.000 hutus tuvieron que refugiarse en el Zaire (actualmente República Democrática del Congo) por miedo a nuevas represalias.


Dada la situación de caos, Pierre Buyoya encabezó un golpe de estado que le puso en el poder entre 1987 y 1993. Durante estos años Buyoya trató de romper las tendencias genocidas creando un gobierno y un parlamento que no se basara en las divisiones étnicas. En 1992 se creó una constitución que establecería la democracia por primera vez en Burundi y en 1993 los burundeses pudieron votar en unas elecciones libres. El nuevo presidente, Melchor Ndadaye, se convirtió en el primer presidente elegido por las urnas y el que menos duró en el cargo. Tres meses después de su acceso al poder fue asesinado.


El año 1994 marcó un punto de inflexión en la historia de los dos pequeños países de los Grandes Lagos. Su sucesor en el cargo, Cyprien Ntaryamira, fue igualmente asesinado en un avión que aterrizaba en Kigali junto con el presidente de Ruanda, Júvenal Habyarimana. Este acontecimiento desencadenó el Genocidio de Ruanda y, además, supuso el inicio de la larga guerra civil de Burundi que duraría hasta 2005. Si Ruanda había sufrido una cruenta guerra civil entre 1990 y 1994 que acabó con un genocidio y la muerte de casi un millón de personas, en Burundi, que ya habían sufrido el genocidio dirigido por la élite tutsi hacia los hutus, se iba a vivir una guerra civil de más de una década, perdiendo así su recién nacida democracia.


Para el año 2000 la ONU y la Unión Africana trataron de mediar en el conflicto a través de los acuerdos de Arusha en los que se establecía un periodo de transición marcado por Pierre Buyoya como presidente y por una asamblea nacional temporal. En 2005 los burundeses pudieron volver a las urnas para ratificar en referéndum la nueva constitución y votar en sucesivas elecciones su Parlamento, su Senado, a sus representantes locales y al Presidente del país.


Captura de pantalla 2016-01-21 a la(s) 18.26.37Durante diez años Burundi vivió en paz, más preocupada por la situación de la economía y la sociedad que por motivos políticos. Sin embargo en el año 2015 las protestas tomaron las calles de Bujumbura, la capital, para denunciar el intento del presidente, Pierre Nkurunziza, de presentarse a las elecciones para un tercer mandato, algo que está terminantemente prohibido tanto en los acuerdos de Arusha del año 2000 como en la Constitución de 2005. A estas manifestaciones le siguieron protestas violentas y un fallido golpe de estado en mayo, lo que obligó a más de 134.000 personas a abandonar el país y refugiarse en los estados vecinos de Ruanda, República Democrática del Congo y Tanzania.


El límite de los éxitos en Ruanda y los fracasos de Burundi


Mientras Ruanda emprendía el camino de la paz y la reconciliación nacional, su vecino del sur vivía los años más duros de una guerra civil que parecía no tener final. Esta es una de las principales causas que explican la actual diferencia entre Ruanda y Burundi.


Sin embargo, los éxitos de Ruanda tienen un límite. El sistema democrático está totalmente sometido a la figura del presidente, Paul Kagame, que ya anunció su intención de volver a presentarse para un tercer mandato, algo que, como en Burundi, es ilegal. Además, la libertad de expresión es un tema tabú, y los críticos con la reconciliación nacional y el gobierno son sometidos al silencio y en ocasiones detenidos.


En cuanto al milagro económico ruandés, los expertos han marcado también los límites en una economía en la que todo el éxito parece concentrarse en la capital, Kigali, y se ha olvidado del resto del país, donde un 73% de la población depende de la agricultura. Estas diferencias, a la larga, crearán una división socioeconómica y urbano-rural en el país de las mil colinas a las que el gobierno debería hacer frente.


Por su parte, Burundi había demostrado ser capaz de consolidar la paz y la democracia. No obstante, los hechos acaecidos hace un año revelan la imagen de un país caótico y hundido en la miseria, donde la violencia ha obligado a buena parte de la población a abandonar su país. La paz se ha revelado como algo frágil, que no puede durar en el tiempo y la democracia se ha resentido por el peso de un presidente que pretende echar raíces en el poder. La economía ha resultado ser un desastre. El 68% de la población vive en la extrema pobreza y la mayor parte de las familias viven con menos de 3 dólares al día. Las infraestructuras y la industria son inexistentes y el país cuenta con escasos recursos. Además, el 90% de la población depende de la agricultura de subsistencia.


Resulta harto complicado dar una explicación de lo ocurrido en la frontera entre Ruanda y Burundi, dos países muy similares que dividieron sus caminos a raíz de 1994. El primero supo crear una reconciliación nacional basada en la democracia y la economía bajo un sistema semi-democrático dirigido por un presidente que no permite las voces críticas y, por tanto, cualquier división queda anulada. Esta estabilidad política atrajo rápidamente a inversores de todo el globo para hacer negocios en el país, lo que a su vez impulsó el empleo y la economía.


Sin embargo Burundi no pudo sumarse al carro al sufrir una guerra que no terminó hasta el año 2005. Para entonces el sector económico se había hundido y Burundi llevaba diez años de retraso frente a su boyante vecino del norte. El proceso de paz parecía estabilizar el país y de hecho, en los últimos años, los datos macro-económicos empezaron a despuntar. Sin embargo los últimos acontecimientos han espantado la escasa actividad económica, a los inversores y cualquier posibilidad de remontar en los años venideros. Así, Ruanda al norte y Burundi al sur, representan el cara o cruz de una frontera.


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