sábado, 5 de marzo de 2016

La toga que puede cambiar Estados Unidos

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La toga que puede cambiar Estados Unidos


El fallecimiento del influyente juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos, Antonin Scalia, dejó al resto de los conservadores de la Corte Suprema de Estados Unidos empatados 4 a 4 con sus colegas progresistas y convirtió su sucesión en una cuestión de una relevancia difícil de calibrar fuera del contexto de la cultura política norteamericana.


La mayoría conservadora que representaba Scalia modeló la sociedad estadounidense desde los 80.


Lo visité en 2012, como embajador, y quedé impactado por ese hombre, el primer ítalo americano del tribunal y fundador del originalismo, o interpretación literal de una carta magna del Siglo XVIII para resolver litigios propios de una sociedad tres siglos más avanzada.


Desde su nominación por el republicano Ronald Reagan, en 1986, Scalia fue decisivo en fallos a favor de la pena de muerte, de la portación de armas, de blindar los derechos religiosos frente al Estado y de condicionar, incluso, la reforma electoral de 1965 que había asegurado los derechos de participación de la minoría negra.


También le tocó perder (5 a 4, la misma relación numérica con la que ganaba), en asuntos como el matrimonio igualitario y el derecho al aborto (No está escrito en la Constitución, alegó). El año pasado, también quedó en minoría en su rechazo a la histórica reforma que extendió la cobertura de salud (Obamacare) al 90% de los estadounidenses.


La designación del noveno juez de la Corte Suprema puede extender por mucho tiempo el dominio conservador reinante hace 25 años, cuando ingresó el afroamericano Clarence Thomas (1991). Pero la elección de un progresista puede reconfigurar por completo el escenario jurídico y social de Estados Unidos de los años siguientes, en cuestiones centrales de economía, ambiente, salud, educación, derechos de minorías e inmigración.


Y esto es posible porque, mas allá de la influencia que determina las designaciones -del presidente que las hace y del Senado que las confirma-, a los nueve jueces se le reconoce autoridad moral para establecer las reglas del resto de la sociedad.


Por supuesto, también el sistema electoral cae bajo esas reglas básicas y oscilantes. Scalia convalidó el ajustadísimo triunfo de George Bush sobre Al Gore en las presidenciales de 1999, pese a la lluvia de denuncias de fraude en el estado de Florida. En 2010, la misma Corte revirtió los controles de financiación de campañas electorales y abrió la puerta a millonarios e ilimitados aportes a los candidatos.


Hay otras razones adicionales de coyuntura, sin embargo, por las cuales la vacante dejada por Scalia compitió en repercusión política con las elecciones primarias demócrata y republicana para suceder a Barack Obama en la Casa Blanca.


A Obama se le presenta ahora la inesperada oportunidad de nominar al reemplazante de Scalia y volcar el equilibrio de la Corte, pero no en el momento ideal: atraviesa el último y más debilitado de sus ocho años de gobierno (lame duck) y, más importante aún, desde 2010 perdió el control del Senado a mano de los republicanos.


El Presidente anunció su intención de nominar otro juez, pero el líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConnell, lo cruzó con vehemencia: Obama debe dejar las cosas como están y ceder la decisión a su sucesor en enero de 2017, y si nomina un candidato será rechazado.


Durante sus dos mandatos, Obama logró mantener el bloque minoritario de los progresistas en la Corte Suprema con la nominación de dos mujeres, la hispana Sonia Sotomayor en 2009 y la de Elena Kagan en 2010. Esa influencia le permitió convalidar su reforma sanitaria (Obamacare), pero no le alcanzó para evitar la suspensión de sus recientes medidas en favor de la inmigración, que la Corte puede revertir.


Obama hizo de la diversidad (género, origen étnico y orientación sexual) todo un sello de la nominación de más de 300 jueces desde 2009: 47% mujeres y 19% afroamericanos.  “Hay grupos históricamente subrepresentados como los latinos y los asiáticos –dijo en 2014-. Para ellos, ver bajo una toga a su gente es muy importante. Cuando llegué a la Casa Blanca, solo un juez abiertamente gay había sido nominado. Yo postulé a diez”.


Un eventual triunfo de alguno de los dos candidatos demócratas (Hillary Clinton o su sorprendente rival Bernie Sanders) acercaría la nominación de un progresista. De ahí que la primera reacción republicana haya sido darle a Obama de la misma medicina de los últimos años: obstruirlo.


Pero, a su vez, la necesidad de ganar las presidenciales de noviembre agrietó el lado republicano. Algunos senadores  expresaron sus dudas sobre la conveniencia electoral de bloquear por completo el proceso constitucional de sucesión de Scalia y dejar a la Corte empatada y sin un juez hasta bien entrado 2017.


Los republicanos pueden terminar pagando caro su filibusterismo y su afán por un tribunal renovado que dé marcha atrás con algunas reformas de Obama. Convertir en asunto de campaña los fallos de la Corte puede quitar los focos sobre la economía y la seguridad, puntos fuertes de los republicanos frente al electorado, y apuntarlos hacia asuntos sociales judicializados (inmigración, medio ambiente) en los que los demócratas llevan clara ventaja.


Los dos bandos, en cualquier caso, deberán medir bien sus ambiciones y dar sus próximos pasos con cuidado. La Corte Suprema es algo demasiado importante en Estados Unidos. Y como gusta decir Obama en sus discursos, elections have consequences (votar tiene sus consecuencias).



Por: Jorge Argüello
Publicado en el diario Clarín
27/02/2016




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