viernes, 1 de septiembre de 2017

Hezbolá en América Latina: la internacionalización de la insurgencia libanesa

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Hezbolá en América Latina: la internacionalización de la insurgencia libanesa




En los tiempos de la globalización, todos los actores de la sociedad internacional tienen la capacidad de moverse por el planeta a velocidades y con facilidades nunca antes vistas. Esto se aplica a las actividades legales, pero también a las ilegales, a empresas y grupos terroristas. Hezbolá se ha insertado en este sistema aprovechándose de las dinámicas y los cambios del contexto internacional para llevar a cabo su particular conquista del continente americano.


Algunos actores de la sociedad internacional no son definibles por etiquetas como Estado, organización internacional o grupo terrorista, sino que andan a caballo entre una definición y otra y van oscilando entre ellas y transformándose con el devenir de la Historia. Hezbolá es un ejemplo de ello.


El grupo es un partido político de pleno derecho en el Líbano, de cuyo arco parlamentario forma una parte muy importante e influyente. Su rama armada es más poderosa que el ejército nacional del país, con más de 40.000 efectivos y capacidad para dirigir operaciones ofensivas y de resistencia contra fuerzas tan formidables como Israel o el Dáesh. Está considerado un grupo terrorista en Europa, EE. UU. y las autoridades de Tel Aviv, entre otros. También cumple una función social similar al de las ONG, con hospitales y escuelas, y es una organización religiosa chií. Junto a todo ello, y reforzando aún más esta naturaleza indefinida, el grupo ha extendido sus redes más allá de las fronteras de Oriente Próximo y se ha integrado en los flujos ilícitos transnacionales participando del tráfico de drogas, armas y personas, dando servicios de protección y lavado de dinero y haciéndose fuerte allí donde los Estados no pueden llegar. Si seguimos a la organización por estas sendas oscuras, todas las pistas llevan a América Latina.


Para ampliar: “Hezbolá, de la resistencia a la institucionalización”, David Garriga en El Orden Mundial, 2016


La aventura americana


El pasado 8 de junio las autoridades estadounidenses arrestaban a dos de sus ciudadanos, Samer el Debek y Ali Kourani, ambos de origen libanés, por vigilar diferentes objetivos —entre ellos el canal de Panamá, embajadas de Israel y EE. UU. en el país e instalaciones militares en territorio estadounidense— con el fin de llevar a cabo ataques terroristas. Presuntamente, ambos recibieron entrenamiento militar de Hezbolá.


Este hecho aparentemente aislado no es más que la punta del iceberg de una red organizada que se extiende del golfo de California al cabo de Hornos y que, como personifican El Debek y Kourani, amenaza con echar raíces en territorio estadounidense. Y es que, aunque discretos, los agentes y las actividades de Hezbolá en todo el continente americano han ido sembrando pistas inevitablemente por doquier. Unas señales en el camino que no han pasado desapercibidas para los enemigos del grupo libanés.


Los primeros inmigrantes libaneses llegaron a América a finales del siglo XIX. Desde entonces, los no pocos conflictos que ha atravesado Oriente Próximo han ido motivando diversas oleadas, con un gran apogeo en 1948 tras la Nakba y en los años 70 y 80 a raíz de la guerra civil libanesa. La mayoría terminaron dedicándose a actividades comerciales, y sobre ellos se construiría la infraestructura de Hezbolá en el continente aprovechándose de una combinación de la solidaridad entre compatriotas, afinidad religiosa —si bien la mayoría de los libaneses de la región son cristianos— y los enormes beneficios a los que se accede con la colaboración y apoyo a las causas por las que Hezbolá lucha en Oriente Próximo.


La diáspora libanesa en el mundo. Fuente: Cartografía EOM

Junto con las diásporas libanesa y árabe, el grupo se aprovecharía de la existencia de zonas grises, lugares a donde no llegan los tentáculos del Estado y, generalmente, situados en zonas fronterizas con altos niveles de permeabilidad.


A donde el Estado no llega


Para trazar las conexiones de Hezbolá por el continente, nuestro viaje panamericano comienza en la triple frontera entre Argentina, Paraguay y Brasil, sin duda uno de los principales centros de delincuencia organizada de América Latina y hogar de una importante población de origen árabe. Allí prosperan las actividades de contrabando y grupos como el Primer Comando Capital —al que se sospecha que Hezbolá ha facilitado explosivos— encuentran un lugar seguro en el que desarrollar sus actividades.


Concretamente, Paraguay es uno de los lugares donde la organización se ha implantado de manera más sólida hasta los estratos más altos del poder, incluidos el presidente de la república, Horacio Cartes, y el titular de diputados, Hugo Velázquez. De hecho, el embajador de Paraguay en el Líbano, Hassan Khalil Dia, es un chií nacido en la Triple Frontera y se lo conoce por haber trabajado activamente para defender los intereses de Hezbolá y establecer contacto directo entre el grupo y el Gobierno paraguayo. Paradójicamente, el Gobierno de Asunción trabaja oficialmente de manera activa con Gobiernos como el israelí para combatir a Hezbolá y sus actividades terroristas en la Triple Frontera.


Una de las principales funciones del paraíso legal que supone la Triple Frontera, así como el conjunto de la red latinoamericana de Hezbolá, es el lavado de dinero. Desde el valle de Bekaa, epicentro de la actividad del grupo en el Líbano, y la ciudad de Baalbek, los militantes chiíes producen millones de dólares anuales en forma de billetes falsos, resultado de actividades ilegales de diversa índole, para financiar sus guerras en Oriente Próximo.


Estas divisas son enviadas a través de diversos intermediarios hasta la Triple Frontera, donde los cómplices del grupo, la mayor parte de ellos comerciantes, los introducen en el circuito de la economía legal. Con el dinero canjeado, Hezbolá adquiere cheques de viaje que son utilizados en diversos países europeos, a donde viajan gracias a pasaportes falsos. El mismo mecanismo se revierte para enviar billetes limpios Líbano.


La presencia del grupo Hezbolá en América Latina es amplia, y se dedica a numerosas actividades. Fuente: Cartografía EOM

Solo en 2006, el Departamento del Tesoro de EE. UU. designó a nueve individuos, una empresa y un centro comercial en Paraguay como focos de financiación de Hezbolá. Entre ellos se encontraban Sobhi Mahmoud Fayad, involucrado en actividades ilegales que iban desde el tráfico de drogas hasta la falsificación de moneda estadounidense. En 2010 un clérigo libanés asentado en Brasil, Bilal Mohsen Wehbe, sería añadido a lista, y en los meses previos a los juegos olímpicos varios miembros serían detenidos en territorio brasileño.


En conjunto, los informes estadounidenses concluyen que las redes y operativos de Hezbolá prestan servicios logísticos y financieros a grupos de narcotraficantes de toda la región, a lo que se añadirían servicios como traficantes, distribuidores y suministradores de precursores químicos destinados a las refinerías de cocaína. Saltando de zona gris en zona gris y tejiendo alianzas con los herederos de los migrantes de Oriente Próximo, Hezbolá ha ido conquistando palmo a palmo el continente, multiplicando sus zonas de influencia y estableciendo vínculos con los círculos de poder de diversos Estados latinoamericanos y grupos de delincuencia organizada nacidos en el continente.


Los indicios de sus actividades se han dejado ver también en las regiones andinas. Las primeras redes financieras de Hezbolá en Chile fueron destapadas poco después de los atentados del 11 de septiembre y las integraban varias empresas dedicadas a la exportación asentadas en la Zona Franca de Iquique. En Bolivia se descubrió un almacén con materiales explosivos, además de un vehículo diseñado para ser convertido en coche bomba. En Ecuador, la policía destapaba en 2005 un entramado de tráfico de cocaína dirigido por el propietario de un restaurante libanés, al que se acusaba además de recaudar fondos para Hezbolá mediante dicha red. Las autoridades ecuatorianas descubrieron posteriormente que el grupo había conseguido meterse en el bolsillo a varios funcionarios del aeropuerto para evadir los controles de seguridad. Y, sin necesidad de cambiar mucho de latitud, la policía peruana arrestó en 2014 a Muhammad Ghaleb Hamdar, un hombre de nacionalidad libanesa en cuyo hogar se encontraron fotos de diversos objetivos judíos e israelíes en el país, así como restos de materiales para fabricar explosivos. Posteriormente, Hamdar admitió pertenecer al grupo Hezbolá. Diversos indicios apuntan asimismo a que la organización puede haber forjado vínculos con Sendero Luminoso.


Tampoco el Caribe escapa a las garras del internacionalizado partido libanés. En Colombia se han descubierto nexos del grupo con organizaciones de narcotraficantes, incluidas las FARC, lo que estrecha el vínculo entre Hezbolá y la cadena continental de tráfico de drogas. Se han rastreado actividades vinculadas a la financiación del grupo en Maicao, ciudad comercial en frontera con Venezuela que alberga la tercera mezquita más grande del continente. Trinidad y Tobago sirve también de base de operaciones y los libaneses llegaron incluso a negociar la creación de una base en Cuba.


No obstante, el caso más destacado de esta zona es Venezuela, donde Tareck el Aissami —conocido por el espionaje estadounidense por sus vínculos con el narcotráfico en el continente y con Irán, Siria y Hezbolá, a la que supuestamente facilitó la entrada y actuación en Venezuela— ha conseguido llegar a la vicepresidencia. Sus hermanos, Abdallah y Oday, también entran en la ecuación: el primero fue vicepresidente de la Federación de Entidades Árabes y Americanas para mantener vínculos con las comunidades islámicas de toda la región y el segundo es sospechoso de haber organizado los campamentos de entrenamiento paramilitar para Hezbolá en Isla Margarita.


Tarek el Aissami, vicepresidente de Venezuela. Fuente: El Ají

En Centroamérica, las zonas grises de Nicaragua y Honduras, donde confluyen los flujos ilegales de todo el continente en su camino hacia el mercado estadounidense, tampoco se han librado de la presencia del grupo.


A las puertas de Washington


En el límite norte de la América hispanohablante, los hilos de Hezbolá demuestran no conocer límites y se consolidan como prestador de servicios de élite en cualquier materia que implique traspasar fronteras y comerciar con productos ilegales. En México, hogar de más de 200.000 sirios y libaneses, han estrechado vínculos con los Zetas como apoyo logístico —proporcionando asistencia en la construcción de túneles de tráfico y contrabando en la frontera estadounidense a cambio de acceso a las rutas y, entre otras cosas, poder introducir a inmigrantes árabes—, prestando servicios financieros y de lavado de dinero, traficantes, distribuidores e incluso suministradores de precursores químicos para la síntesis de cocaína o incluso gestionando los laboratorios de refinado, actividades aprendidas en muchos casos durante los años en su valle de Bekaa natal.


La vinculación de Hezbolá con el narcotráfico mexicano es tal que incluso existen indicios de haber colaborado con el cartel de Sinaloa para exportar su cocaína hacia Oriente Próximo pasando por África occidental, lo cual cerraría el círculo continental y la vincularía en su transcurso al tráfico de diamantes —en particular durante la guerra civil sierraleonesa— y de armas, siempre con un “impuesto” a cambio de protección. En este devenir, la organización posiblemente haya estrechado extraños lazos con enemigos como Al Qaeda.


Para ampliar: “Diamantes manchados de sangre: la historia de Sierra Leona”, Fernando Rey en El Orden Mundial, 2017


La potencia de estas redes se manifestó en 2011, cuando las autoridades estadounidenses denunciaron al Gobierno iraní por haber intentado reclutar —por medio de las brigadas Al Quds, una unidad de élite dentro la Guardia Revolucionaria Iraní— al cartel de narcotraficantes mexicanos Los Zetas para que acabara con la vida de Adel al Jubeir, embajador saudí en Washington, y para que atacaran diversas embajadas israelíes también en suelo estadounidense. Ello hizo patente la habilidad del grupo para, si se lo propone, atacar el corazón de EE. UU.


No obstante, las redes de Hezbolá en el continente causarían su mayor escándalo, sin lugar a dudas, en 2011, y lo harían en su extremo norte, en Canadá. Allí se acusó a Ayman Saied Joumaa y el Banco Canadiense Libanés de ser el centro de una trama mundial de lavado de dinero para el grupo libanés —con dinero implicado de los carteles mexicanos— y el banco tuvo que pagar una sanción de 102 millones de dólares. El dinero era lavado en negocios de venta de coches de segunda mano en EE. UU. y África occidental, así como casas de cambio en propiedad de libaneses en África occidental; de nuevo, la diáspora se manifestaba como la base sobre la que se asienta la fortaleza del Hezbolá. También en Miami y Los Ángeles se han descubierto redes de lavado de dinero y negocios ilícitos vinculados al grupo.


A través de un entramado financiero con centro en el Banco Canadiense Libanés, Hezbolá consigue eludir los controles y lavar grandes sumas de dinero. Fuente: Cartografía EOM

De la diáspora a la cumbre


El 18 de julio de 1994 a las 9:55 —hora local— la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en Buenos Aires estalló por los aires y dejó 85 muertos, cientos de heridos y un edificio de siete plantas y varios aledaños totalmente destruidos. Hezbolá acababa de realizar su primer atentado en el continente americano y la sombra de los ayatolás se cernía sobre el caso. Todo terminaría con el fiscal Alberto Nisman, que había acusado formalmente al grupo libanés de perpetrar el ataque, muerto, y con un Memorándum de Entendimiento entre Argentina e Irán, que preveía la creación de una comisión de la verdad para esclarecer la cuestión, algo que todavía no ha ocurrido.


La zona de Buenos Aires devastada por el atentado contra AMIA en 1994. Fuente: El Mundo

En aquella deflagración quedó bien clara una cosa: si la diáspora árabe ha permitido a Hezbolá introducirse en los bajos fondos de media América Latina, las embajadas de Teherán han permitido al grupo estrechar la mano a la política de alto nivel. Las buenas relaciones que estos Gobiernos tienen con Irán facilitan el libre movimiento de miembros de Hezbolá por la región, lo que les permite llevar a cabo sus actividades sin grandes obstáculos.


La entrada en las altas esferas se aceleraría cuando coincidieron las presidencias de Ahmadineyad y Hugo Chávez, quienes, siguiendo al pie de la letra sus discursos y políticas “antiimperialistas”, forjaron una estrecha alianza que llevaría a Hezbolá a sentarse entre los países de la Alianza Bolivariana para América (ALBA). La penetración en los círculos diplomáticos latinoamericanos es tal que, incluso después de la designación de varios individuos en la lista de vinculados a Hezbolá en Paraguay y Brasil y de que a finales de 2015 el Congreso estadounidense aprobara la Ley de Prevención del Financiamiento Internacional de Hezbolá, las actividades del grupo han recibido la protección —o, al menos, la desatención— de los Gobiernos regionales.


Los denostados que conquistaron el mundo


Tres hechos motivaron el nacimiento de Hezbolá. El primero, la revolución iraní de 1979, en la que Teherán terminó gobernado por un régimen islámico y se convirtió en un referente para musulmanes de todo el mundo. El segundo, la invasión israelí del Líbano en 1982 para expulsar a la Organización para la Liberación de Palestina, en la que los principales damnificados fueron las poblaciones chiíes del sur del país y que sería uno de los desencadenantes de la guerra civil que asoló el país durante más de 15 años. Por último, el sistema de distribución confesional del poder del Líbano, que situó a los seguidores de la rama chií del islam a lo más bajo del escalafón político y económico.


De entre los escombros de la guerra nacería una organización capaz de unir Canadá con la Triple Frontera y Beirut con Freetown. Desde su creación, Hezbolá ha ido expandiendo su red por cada rincón vacío que ha encontrado a su paso en búsqueda de la independencia económica, hasta tal punto que, aunque los fondos que el Gobierno sirio o el iraní aportan al grupo son importantes, ha crecido lo suficiente como para sostenerse por sí mismo. Y, en un curioso giro de la Historia, las luchas de EE. UU. y su apoyo a potencias regionales como Israel o Arabia Saudí terminan con uno de los mayores enemigos de Washington cavando túneles en El Paso, lo que, si bien no significa ahora mismo una posibilidad real de ataque, sin duda alguna es una amenaza que las autoridades de la Casa Blanca no pueden dejar pasar por alto.




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